En el diario Clarín de hoy, el costadito de las weblogs atrajo mi atención. “Asomé la nariz” y me encontré con dos notas que se me habían “escapado” antes:
http://weblogs.clarin.com/ensayo-y-error/archives/2007/09/manicomios_otras_posiciones.html#more
http://www.clarin.com/diario/2007/09/12/sociedad/s-03015.htm
Las notas giraban en torno a dos cuestiones: una, la “desmanicomialización”, esto es, que los pacientes puedan llevar un tratamiento psiquiátrico y psicológico ambulatorio, fuera de la institución de salud mental u hospital psiquiátrico. El otro viejo tema: si la enfermedad mental es una cuestión física, con la cual la limitamos a lo biológico y ahí, una pastillita y ya está. O bien, nos responsabilizamos de otras cuestiones del entorno, o sea las condiciones familiares, sociales e institucionales.
Estas dos cuestiones llevan discutiéndose muchos años y hay muchas razones que confluyen para que, en Argentina, por lo menos, se siga dando tantas vueltas en círculos.
Yo, personalmente, pienso que la locura no puede considerarse al margen del sistema social e institucional perverso que la sostiene.
Recuerdo la prehistoria de mi entrenamiento clínico como psicóloga, los más de diez años que me pasé trabajando en el Hospital Borda (1990 a 2000):
Una mañana en la que me debatía en cómo podría pagar el jardín de mis hijos con mis ingresos paupérrimos (mientras sumaba horas y horas de trabajo gratuito en el hospital) fui a atender a un paciente que me acababan de asignar. Todos los que tienen algo de psicopático en su personalidad, juegan a la vez con una siniestra e inmensa capacidad de captación de las emociones de su interlocutor. Mi nuevo paciente, apoyó las palmas sobre el escritorio, se inclinó hacia delante y mirándome fijo a los ojos me largó: “Ustedes, los psicólogos que vienen acá, están todos EN-FER-MOS!! Tienen que estar realmente locos para venir acá y trabajar gratis!”
Otra mañana esperaba que la máquina del café, cuya decoración ostentaba la foto de un plato de mediaslunas, me devolviera las monedas que decía que me devolvería. Con el café recién sacado en una mano, apretaba el botón y volvía a buscar en el contenedor para el vuelto, sin acertar a hacerme de las monedas que me correspondían. Un paciente que deambulaba por la planta baja parecía estarme mirando hacía un rato hasta que –con su voz a mitad de camino entre carcajada y graznido tabáquico me espetó: “Qué espera, doctora?? No le va a dar mediaslunas, ja, ja!!!”
¿Será así, como decía el chiste? Será que ellos están ahí por “locos” no por boludos?.
Cabrá preguntarse entonces como se distribuyen esos dos roles en nuestra sociedad para que las cosas estén como están…
Amigos especiales de la casa
viernes, 28 de septiembre de 2007
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