Amigos especiales de la casa
miércoles, 16 de abril de 2008
Volviendo...
jueves, 20 de marzo de 2008
Tantas, tantísimas cosas!!!
Pronto volveré a ese post ya que tendrá información importante y no quiero que quede “desprolijo”.
Por lo pronto, entro en la cuenta de que tengo que correr para las entregas de mis próximos trabajos: un trabajo sobre diferentes corrientes pedagógicas, el primer capítulo ya terminado sobre mi propuesta de innovación pedagógica (títeres y teatro espontáneo en el aprendizaje de lenguas extranjeras), el proyecto final del certificado de arte a exponerse en la galería del centro cultural de la Universidad de Sherbrooke y todo… antes de 4 de abril.
Como si esto fuera poco: me llamaron de la Ordre des Psychologues de Québec para decirme que sí, aceptan mi ofrecimiento que la primera vez encontraron innecesario para que les mande cada certificado de mis cursos traducido por mí y con una explicación sobre qué trata(es un carpetón, se juntan muchos antecedentes en 17 años de profesión) así que todo ese trabajo tendrá que ser rápido, y deberé acercarme a la Ordre para insertar yo misma cada traducción en mi carpeta, no sea cosa que ellos lo coloquen en un lugar poco apropiado y luego el comité tenga dificultades en entender cada uno de mis cursos (no sé para qué habré hecho ese derroche de folios transparentes, numeritos y listas de explicaciones… parece que entendemos el orden de distintas maneras. Siempre habrá que seguir aprendiendo).
Tantas tareas corren el riesgo de hacerme contracturar así que para ir aflojando, les dejo este video que encontré.
Una coreografía de Julie Compans con música de Clint Mansell. La idea de este trabajo tiene como punto de partida un estudio sobre Camille Claudel, una profundización sobre diferentes esculturas y su locura y pasión destructiva con Rodin.
Aflojarse… inspiren… expiren…
Chorégraphie de Julie Compans sur une musique de Clint Mansell. L'idée de ce travail a pour point départ une étude sur Camille Claudel. L'étude des différentes sculptures, de la folie et de la passion destructrice avec Rodin.
lunes, 17 de marzo de 2008
domingo, 9 de marzo de 2008
La vida expuesta
para conseguir sexo.
De levante con el fotolog
Miles de adolescentes tienen su propio lugar en Internet, en el que publican sus fotos y reciben comentarios.
Sergio Balandrini, sociólogo especializado en juventud y tecnología, observa que “los chicos tienen una concepción muy diferente de lo que puede ser lo privado o lo íntimo a la de los adultos. Ellos cuentan lo que quieren y el planeta puede ver lo que han escrito. No lo considero algo malo, pero los chicos no tienen en claro la extensión en tiempo y espacio que puede tener lo que dicen”, explica.
Balardini advierte que “en el submundo de los fotologs, que no es más que una reproducción de lo que sucede en el mundo cotidiano, juega mucho lo popular y lo que hay es una segmentación marcada por ciertas condiciones económicas. Pero además tiene que ver con la construcción de la identidad en base a la visibilidad pública”.
Los fotologueros consultados reconocieron que se trata de encuentros “fugaces” con “escasa posibilidad” de sostenerse en el tiempo. “No volví a tener contacto íntimo con ninguno con los que estuve, aunque seguimos hablando y dos son hoy mis amigos”, admite Florencia. Julieta se acopla y dice que “se cuentan muchas cosas íntimas al principio para tener tema de conversación, pero después da vergüenza haberlo dicho y hecho”.
Fotos: Focus, Karim Fortunato y Cedoc.
Esto da cuenta de la característica que el espacio virtual tiene, de ser a la vez pantalla que oculta y pantalla que muestra. En un sentido, al ocultar, se vencen las barreras de la represión y uno puede mostrarse más. Pero inmediatamente, el hechizo de intimidad se rompe, como todo hechizo. Y uno queda desnudo frente al mundo. Como en los sueños más vergonzosos.
¿Cómo manejar esas sensaciones tan paradojales? Hasta donde mostrarse y hasta dónde preservarse en un mundo donde el exhibirse parece ser la medida de la existencia?
jueves, 28 de febrero de 2008
Otro que se va...
Emilio Rodrigue, por Eduardo Pavlovsy para Página12
-Hace mucho tiempo que está radicado en Brasil. ¿Qué lo llevó a tomar esa decisión?
-Yo fui lo que pasé a llamar un psicoargonauta, analista en la Diáspora. Dejé Bs.As. en 1974, después de la muerte de Perón, por motivos de miedo, ya que ser presidente de Plataforma involucraba riesgo. Fue, casi diría, por necesidad. Luego me quedé en Bahía porque sé reconocer el paraíso cuando lo encuentro.
El solitario del spaghetti – dedicado en especial a mi hijo Martín, por su trabajo con ¿discapacitados?.
martes, 26 de febrero de 2008
Algo de Frida
Estamos en el garaje de piso de piedra y rodeado de murales de piedra de la Casa Azul de Coyoacan, México, la casa natal de Frida Khalo.
Llego sola y apurada, sobre la hora después de haber perdido un poco el rumbo en la plaza central de Coyoacán. En México parece que a todas las plazas centrales se las llama “Zócalo”. Todavía resuenan en mis oídos las respuestas a mis preguntas de cómo llegar: y antes de la respuesta casi resignada, una pregunta sorprendida: “Pero cómo? Va ir sola? Otro “parece”: parece que en México alguna gente se sorprende si una mujer viaja sola...
Estoy en un intermedio entre talleres y conferencias, un día de escapada entre actividades con dos grupos distintos durante diez días en el Distrito Federal. Poco tiempo para visitar otros lugares. “Pero la casa de Frida Khalo, ésa, no la puede perder”.
Me voy en un “escarabajo” blanco y verde, preguntándome si será de los taxis “oficiales” o no. Estamos en 2001, mucha gente me avisa que tenga cuidado con los taxis. ¿Cómo reconocerlos? -pregunto- “Sólo si los llama desde su casa” me cuentan.
Pasaron muchos años y me detengo a pensar que debí contar esta historia antes, ponerla en palabras. La relaté verbalmente en dos ocasiones, creo. Siempre me volvió a dar escalofríos. Y me debía esta historia.
El hall de entrada de la Casa Azul tiene una hermosa lámpara colgante en forma de estrella. Y hay esqueletos en papel maché –típicos, me dicen- de los que no puedo sacar fotos. Nada en la casa puede fotografiarse.
El guía está contándole al grupo de gente que es allí en el garaje, donde Diego Rivera hizo sus murales de piedra, donde comienza la visita. Iremos atravesando las habitaciones de la casa y podremos preguntar lo que queramos. Al ir parando en distintos lugares el guía nos irá haciendo una historia más amplia. Me sumo al grupo, no traje nada, ni mi cuaderno de notas ni mi lapicera. Y voy mirando todo con interés. Hasta ese momento, aunque parezca mentira, no sé absolutamente nada de la pintora mexicana.
Siguiendo al grupo vamos aproximándonos a su dormitorio. Hace un clima agradable, estamos a comienzos de la primavera mexicana. Yo vengo de dejar el verano porteño (y mientras lo escribo recuerdo la música de Piazzolla) y entonces no puedo creerme que México acaba de dejar el invierno. Qué clase de invierno tendrá esta gente? Es un misterio. Los veo por la calle con una campera liviana y yo voy en remera, el buzo en la mano, todo el tiempo molestando, o atado a la cintura. Es uno de mis primeros viajes y la verdad, aún no he aprendido a simplificar con la vestimenta y las cosas a llevar en la mano.
Dentro de la casa está fresco y sin embargo, yo comienzo a sentirme acalorada. De pronto empiezo a vivir algo extraño: a mí que me cuesta muchísimo descubrirme el pulso y que sólo agitada puedo lograrlo, siento de una manera muy clara los latidos de mi sangre, en mis sienes, en el cuello… detrás de las rodillas. Mi sangre circular, caliente, como nunca la sentí. El guía está mostrándonos la cama donde Frida pasó tantos meses y meses de su vida, boca arriba, pintando, envuelta en su corsé de yeso, dibujando su diario, pintando, escribiendo su diario. Años de operaciones y nuevamente, años de convalescencia en esta pieza de donde Diego la sacaba levantándola en brazos. No acierto a explicarme la revolución de mi sangre pero soy cada vez más consciente de su torrente. Y cuando vamos pasando de a uno hacia el taller, contiguo al dormitorio, ese mágico lugar totalmente vidriado con vista al maravilloso jardín-selva con sonido de pájaros… ya es el aire que circula por mi nariz, que se pierde dentro de mi torax, que siento inundar mi plexo solar, mi abdomen… que vuelvo a sentir al salir caliente por mis fosas nasales, una vez más, entrar fresco a oxigenar mi sangre. Estoy sorprendida, estoy impactada por esa jugarreta de mi cuerpo. Estaría distraída con el relato, tal vez sea una casualidad.
No me atrevo a fumar. Por todas partes cuelgan los famosos esqueletos de papel maché, algunos con guitarra y sombrero mexicano y siempre con el infaltable pucho en la boca. Pido un café y compro un libro con la biografía de Frida. Y las páginas me van llevando y de pronto me siento su doble en el siglo XXI: pequeña niña rebelde, atraída por la protesta tras una enorme pancarta, manifestando… Y me entero de su accidente, y de las múltiples enfermedades que contrajo luego a causa del mismo. Y una frase de uno de los médicos, que desde mi formación me parece absolutamente entendible: Frida tenía un destino trágico. Y sí tuvo tragedias, pero no hubieran sido tales sin su actitud trágica, sus frecuentes infecciones… Esta melancolía que actuaba como profecía auto cumplidora… Me siento de algún modo cerca de ella, no sé cómo, no sé por qué. Así que decido volver al recorrido, el mismo que hicimos con el guía. Y la secuencia se repite: en su dormitorio bulle mi sangre, en su atelier, estoy viva, respirante… Me lleno de aire y salgo, salgo a que me pidan un taxi para volver al DF.
Anochece, y antes de perderme en el bullicio de la plaza Coyoacan, donde grupos de jóvenes comienzan a reunirse para escuchar a los músicos, camino unas cuadras fotografiando la casa de Octavio Paz. Y pienso. De algún modo salí de ese lugar sabiéndome profundamente viva. Como animada por un soplo que me era extraño, sí, lo suficiente para extrañarme por su ajenidad. Y sin embargo estaba ahí para recordarme mi vida. Historia debida ésta… historia de vida…
Y creo que fue allí que me abandonó mi melancolía. A veces se asoma, la miro llegar. Y vuelvo a sentir el aire que respiro. Y se va por donde vino.
Es así. Nunca volví a ser la misma.
jueves, 21 de febrero de 2008
Miradas, realidades y contextos...
"el tema es que si no estoy lúcida y miro con mirada de vaca alienada, los pacientes van a pensar que esa cara es por lo que ellos dicen (siempre pasa)".
"Mirada de vaca? - le contesté- Acá tenemos la "mirada de perrito" que es lo que dicen unos amigos argentinos que ponen los quebecois cuando intentan entender nuestro francés: empiezan a mirarte concentrando los ojitos, mientras la cara se va aproximando al que habla y la cabeza
se va inclinando hacia un lado. Qué esfuerzos que les estamos proponiendo a esta pobre gente!!"